domingo, 5 de abril de 2015

La Otra Bogotá



Por: C.F
Pensar en un tema interesante y válido de ser contado es una tarea difícil. Y es más difícil aun cuando el que intenta escribir se encuentra en la pubertad de su capacidad como relator de la realidad. Ya que este puede llegar a ser limitado en su imaginación, y hasta traicionado por sus ansias descontroladas por contar una historia que impresione a muchos. Por tal razón hoy quiero iniciar diciendo que me encuentro representado por estas simples letras, en las cuales pueden existir errores, faltas, desorientación. Pero con la sincera intención de tratar de llegar a usted con un breve relato que capte su atención, así como pasó conmigo.


En una noche de sábado y con la excusa de apoyar la labor periodística de un amigo de la universidad, me encontré inmerso en un espacio desconocido para mí hasta esa noche fría y visitada por la lluvia. Gracias a los beneficios de un carné de prensa, las filas y la espera fueron indiferentes en esta oportunidad, y en cuestión de segundos me incorporé en un espacio donde las barreras y los tabúes de la sociedad quedaron atrás, tras las enormes puertas que son custodiadas por un fuerte anillo de seguridad. Entré sin saberlo a un espacio alterno, a una enorme ciudad que no correspondía a la habitual Bogotá que solía caminar con las manos en los bolsillos.

Cruzar la entrada y penetrar en este extraño umbral llamado Theatron, uno de los lugares de encuentro de la comunidad LGBTI más grande de la ciudad, dicho a ‘viva voz’ por propios y extraños, fue el momento de pensamiento reflexivo más profundo que he tenido sobre esta ciudad llamada Bogotá.

La rumba adentro. / Por: C.F.
Estando allí no me concentré en el morbo que puede existir en ver a dos hombres tomados de las manos o compartiendo un beso. Tampoco fui cautivo de encontrar mujeres compartiendo un cigarrillo mientras con sus ojos expresaban el amor que se profesan. Encontré allí parejas compuestas por un hombre y una mujer que con tanta naturalidad compartían la mesa con parejas homosexuales. Para mí fue grato encontrar dentro de esta ‘pequeña ciudad’ a la Otra Bogotá. –Sí, sin exagerar- encontré una ciudad dentro de otra llamada Theatron. Una pequeña ciudad con unas dinámicas distintas, tan diferentes que no pensé que existían. Un espacio que brinda la experiencia de una ciudad cosmopolita, libre de violencia, sin discriminación, alejada de los políticos corruptos; sin deficiencias en la movilidad y con un ambiente generalizado de seguridad.

Es increíble que un lugar pueda llegar a tener este tipo de representación tan relevante. Quizás se deba a mi fácil capacidad de sorpresa, que se puede comparar con la de un niño. Por tal motivo y para no sentirme en la zona de lo ‘absurdo’, pregunté a quienes disfrutaban de la noche en este espacio -¿por qué venían a Theatron?, las respuestas de hombres, mujeres,  adultos, jóvenes, heterosexuales, gays, de extranjeros y nacionales fue muy simple –La rumba-.

En el backstage del Dj.  / Por: C.F.

Y sí, no se puede negar, la fiesta en este lugar que ofrece 12 ambientes para rumbear es sumamente llamativa. Las luces, los efectos, el show y la decoración teatral dan un aire festivo con el cual fácilmente cualquiera puede ser contagiado. Pero mi tránsito por este umbral no se centró en la rumba, sino en la experiencia de ciudad que brinda, de una que es casi perfecta. Una ciudad que cada fin de semana recibe a más de  3.500 personas para festejar la alegría de la diversidad, y no una diversidad que se limita solo al tema sexual, sino que va más allá. En donde comparten personas de color, blancos, altos, bajitos, famosos y del común. Una pequeña ciudad dentro de otra, en donde se reservan el derecho de admisión, pero que tiene elementos valiosos como su tamaño, gente, ambiente y significación que hacen de este recinto una Bogotá alterna, diferente. Sencillamente un trozo de ‘La Otra Bogotá’.

Finalmente, Theatron como una ciudad cualquiera tiene diferentes dimensiones que dan la impresión de lograr apropiarse del individuo y transformarlo en un sujeto que se mueve al ritmo de sus dinámicas y caprichos. O quizás, se trata de la capacidad camaleónica del ser humano de adaptarse y sobrevivir a los nuevos ambientes. No sé, pero dentro de aquel enorme lugar  vigilado por las luces de colores y  recorrido por el humo blanco y denso, choqué cansado, en paz y melancólico con una parte de la ciudad que se recoge, se agrupa, se protege a sí misma en un espacio que paradójicamente no son sus calles, sino que se trata de un lugar privado, alejado de los ojos curiosos y extrañados de los otros. 

Por: Camilo Fresneda