martes, 19 de mayo de 2015

Carta de un ansioso




Autoretrato: Daniel Segura Bonnet
Me levanto todos los días a la misma hora tratando de conseguir un poco de estabilidad, es una lucha diaria que me agota bastante porque por más que trato de explicarlo no existe nadie que la provoque. No es una presencia física, es una unión de energía y magia que me acompaña en cada minuto, desde que me despierto hasta que me acuesto a dormir. Y es que corro con una fortuna -por mi trabajo-, puedo ver el amanecer en su propio germen y el atardecer cuando no se me olvida. Pero en el primero tengo mucho temor, en el último estoy muy agotado.

No lo llamen paranoia, no lo llamen desorden mental. Aléjese si puede, déjeme que esto no le pertenece, tampoco a mí, pero fuí el escogido, a diferencia de usted, para lidiar la lucha. 

Cada día es un nuevo mundo, creado desde que silencio la alarma. Entonces me levanto, y como una gaza que pasa en segundos, los pensamientos del día me aceleran el corazón. Mis ojos no se fijan en nada, mi mirada está perdida en sí misma. Aunque no hay riesgos en el momento porque mi cuerpo responde a la costumbre del espacio de mi casa, todo está aparentemente bien. 

Me bloqueo mientras camino en la oscura calle. Siento como entidades conspiran para atacarme en cualquier momento. Debo estar atento, llegar a mi destino, caminar con sutileza y no molestar a nadie. Ahí viene el autobús ... estoy a salvo. 

Tomo mi asiento, lejos de todos, y no paro de pensar, "¿qué pasará si mi jefe me pregunta algo que no se?" o "¿si mis compañeros se dieran cuenta que mis jeans son los mismos de ayer?". "¿Qué palabras usaré con la chica que me gusta para invitarla a comer?", "¿cómo le haré el reclamo al señor del bus si no escucha mi llamado de parada?", "¿de dónde sacaré energías para mis clases en la noche?".

"¿Tomé la ruta correcta?", no lo recuerdo, miro a las personas con cuidado de no molestarlas, solo para identificar si son con las que regularmente me voy. "Sí lo son". Ya estoy muy cansado, un día está por delante. 

¿Estaré enfermo? Si me toca interactuar con personas, prefiero un espacio en el que nadie tenga que hablar, como un cine o un museo. Me altero cuando los demás gritan. Me desestabiliza ver que alguien es seguro. Me aterran los que tienen el control de su entorno. 

Nadie va a querer hablar con una persona ansiosa, lo mejor es callarme, y si hacen alguna pregunta, bloquearme, esperar a que el momento se acabe; porque aunque parezca que no lo sé, ¡no hay momentos eternos!. 

La ansiedad sabe contar historias y es muy convincente. Tiene mucho de donde tomar para penetrar las llagas que dejó la salud cuando se fue. Mientras ella habla me muerdo las uñas, rasco mi cabeza, se mueve mi intestino y mis manos tiemblan. La respiración se queda corta y a la mitad del día solo quiero dos cosas, alejarme y comer por cantidades.

Necesito evadir los pensamientos que me están agotando porque sé que debo hacer algo. Ahora un joven de 23 años camina como si tuviera 80, las esperanzas de la mañana han muerto. 

El día se ha acabado y con él las ganas. Con esto no puedes planear nada a futuro, cada día es un fracaso. Mi licencia de vivir se está consumiendo. 

Me han succionado todo el poder. La ansiedad es como un circuito energético que no tiene botón ni conexión para detenerlo. No te deja, no te ayuda. Es un bombardeo de pensamientos sobre situaciones que  no han sucedido. Al final del día y hasta de la vida, no tienes nada, todo por el temor de hacer algo. 

Por: David Parrado
@daveparrado

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