miércoles, 21 de diciembre de 2016

La desgracia del segundo pasado


Suceden todos los días, en todo el espacio, como si se tratara de una culpa eterna o una enfermedad sin cura. Así son los segundos del pasado, nostálgicos, confrontantes, tristes y constantes. Cada uno peor que el anterior. Algunos los llaman recuerdos, para mí son martirios. Y de eso se trata la vida –si  a buscarle un sentido vamos- de vivir los segundos que alimentan como gotas de ácido esta cúpula invertida de vidrio. No es un derecho copilar recuerdos manifestados en segundos, es una necesidad, porque la mente está configurada para que cada uno de estos martirios se reproduzca en el presente y posteriormente generen una sensación. Las sensaciones surgen al garete, muchas alrededor de lo que no sucedió. Porque sale más sencillo pensar en lo que nunca pasó a tolerar lo que para entonces se vivió.

Y nos dieron otro derecho, nos lo vendieron como la más grande manifestación de amor: el derecho a la vida. La vida que para mí tiene muchos sinónimos que la definen, aunque ninguno es tolerable para los fantásticos impulsadores perpetuos de las ilusiones alicientes representantes de lo que ellos llaman correcto. Estos facilistas morales que llamaron bendito al desdichado Benedicto IX que festejaba en contra de su moralidad con fiestas morbosas infantiles. Los fieles seguidores de la organización criminal más grande de la historia, creadora del oscurantismo y autora de las masacres más grandes de la vida, de los segundos del pasado.  Este derecho a la vida también es material de protección para los pobres que creen que reproducirse es el acto más legítimo creado, trayendo irresponsablemente niños a este mundo, que a su vez representan un espacio en él. ¡El mundo ya está lo suficientemente desgraciado!.  Todos cargan en su espalda un gran libro de historias, algunas fantásticas y otras –como las mías- trágicas, alimentadas de segundos del pasado que tocan a la puerta todas las mañana, en todas las desgracias de la vida pública, personal, política y social. 


Espectadores del pasado nos hemos consagrado al recuerdo, aludiendo a él como un recurso necesario para los bienes de la vida. Que desgraciados fuimos y somos. Que desgracia es despertar de la paz de la nada. Que desgracia vivir con estos segundos del pasado.

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