Suceden todos los días, en
todo el espacio, como si se tratara de una culpa eterna o una enfermedad sin
cura. Así son los segundos del pasado, nostálgicos, confrontantes, tristes y
constantes. Cada uno peor que el anterior. Algunos los llaman recuerdos, para
mí son martirios. Y de eso se trata la vida –si
a buscarle un sentido vamos- de vivir los segundos que alimentan como
gotas de ácido esta cúpula invertida de vidrio. No es un derecho copilar
recuerdos manifestados en segundos, es una necesidad, porque la mente está
configurada para que cada uno de estos martirios se reproduzca en el presente y
posteriormente generen una sensación. Las sensaciones surgen al garete, muchas
alrededor de lo que no sucedió. Porque sale más sencillo pensar en lo que nunca
pasó a tolerar lo que para entonces se vivió.
Y nos dieron otro derecho, nos
lo vendieron como la más grande manifestación de amor: el derecho a la vida. La
vida que para mí tiene muchos sinónimos que la definen, aunque ninguno es
tolerable para los fantásticos impulsadores perpetuos de las ilusiones
alicientes representantes de lo que ellos llaman correcto. Estos facilistas
morales que llamaron bendito al desdichado Benedicto IX que festejaba en contra
de su moralidad con fiestas morbosas infantiles. Los fieles seguidores de la
organización criminal más grande de la historia, creadora del oscurantismo y autora
de las masacres más grandes de la vida, de los segundos del pasado. Este derecho a la vida también es material de
protección para los pobres que creen que reproducirse es el acto más legítimo
creado, trayendo irresponsablemente niños a este mundo, que a su vez
representan un espacio en él. ¡El mundo ya está lo suficientemente
desgraciado!. Todos cargan en su espalda
un gran libro de historias, algunas fantásticas y otras –como las mías-
trágicas, alimentadas de segundos del pasado que tocan a la puerta todas las
mañana, en todas las desgracias de la vida pública, personal, política y
social.
Espectadores del pasado nos
hemos consagrado al recuerdo, aludiendo a él como un recurso necesario para los
bienes de la vida. Que desgraciados fuimos y somos. Que desgracia es despertar
de la paz de la nada. Que desgracia vivir con estos segundos del pasado.
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